Valeria se sube a la escalera mecánica, se da la vuelta y se apoya en el pasamanos de plástico negro. Mientras los escalones la llevan hacia arriba, mira a los estudiantes que van en fila detrás de ella.
—Las mujeres se clasifican en función de la belleza. De 5 a 10. Aquellas que están por debajo de 5 ni siquiera las consideramos.
Los estudiantes se ríen. Paolo niega con la cabeza.
—No me mires con esa cara. ¿Crees que las mujeres no hacemos una selección? Cuanta más protección y poder social podéis garantizar, más alta es vuestra puntuación. Créeme (le dice, y sonríe).
El escalón empieza a aplanarse bajo sus pies, ella se vuelve y da un saltito hasta el suelo de mármol. Los estudiantes pasan frente a ella de uno en uno.
—En cualquier caso, la calificación es necesaria para calibrar nuestros movimientos. Cuanto más alta sea la puntuación, más altas serán las barreras de la chica. Una modelo sabe perfectamente que te la quieres llevar a la cama. (Mira a Paolo, que es el último de la fila).
A esa hora, el centro comercial no está especialmente lleno de gente. Caminan por la primera planta pasando por una librería, una tienda de ropa y una de electrodomésticos. Se detienen frente a la puerta de una gran perfumería. Valeria mira de arriba abajo a los estudiantes que están en fila frente a ella. Luego señala al muchachito del piercing.
—Tú. Entra en la perfumería y aborda a esa chica que está frente a la estantería de Calvin Klein.
El chico del piercing abre los ojos de par en par y mira hacia el interior de la perfumería. Hay algunas personas que se mueven entre las estanterías y una chica de cabello castaño que está de espaldas, frente a los perfumes.
—Pero así, ¿sin más?
—Si en tu vida quieres esperar siempre a que alguien te presente a una mujer, entonces no serás nunca lo que quieres ser. Un verdadero artista del ligue actúa, no espera al destino.
El chico lanza una mirada rápida a los demás estudiantes, que evitan sus ojos. Echándole valor, entra en la tienda. Las puertas automáticas se cierran a su espalda, se gira y vuelve a mirar a la clase. A través del cristal, ve a Valeria, que le observa con los brazos cruzados.
La chica de pelo castaño se desplaza lentamente hacia otra estantería. Él se le acerca tímido, por la espalda.
—Ho…, hola.
La chica se gira casi con un sobresalto, le mira y levanta una ceja.
—¿Nos conocemos?
—La verdad es que no, quería saber cómo te llamas. Yo soy Eduardo, encantado (dice, y le tiende la mano).
—Mira, perdona, pero ahora tengo que irme.
La chica sale de la tienda y deja a Eduardo con la mano tendida al aire.
Los estudiantes le miran desconsolados. Valeria le hace un gesto para que salga. —Segunda regla (dice Valeria levantando el índice y el corazón. Paolo toma apuntes). Para abordar a una mujer no tenéis que acercaros «nunca», presentándoos, diciendo nombre y apellido, o preguntándole a qué se dedica. Esto desvelará vuestras intenciones, ¡y ellas levantarán sus escudos protectores!
—Y entonces, ¿Qué tenemos que hacer? (pregunta el cincuentón).
—Muy fácil, ¡necesitáis una HDA, o «historia de aproximación!» Una excusa cualquiera para entrar en contacto como aquel que no quiere la cosa. Por ahora os la sugeriré yo, en adelante os la inventaréis vosotros. (Valeria mira de nuevo a Eduardo). Ahora tú entras y te pones dos tipos de perfume en las muñecas; luego, simplemente, le pides a la primera chica que pase que te dé una opinión femenina sobre qué perfume comprar. Fácil, ¿no?
Eduardo la mira, suplicante.
—No, Valeria, no puedo hacer eso, por favor.
Ella se le acerca y le apoya las manos en los hombros.
—Eduardo, recuerda que las chicas están ahí para ti. ¿Por qué crees que las mujeres salen y pasean por los centros comerciales? ¿Para qué van a bailan aunque tengan novio? ¿Por qué se meten en Facebook? ¿Es porque se quieren comprar una camiseta? ¿Es solo porque quieren bailar? ¿Es porque quieren reencontrarse con sus antiguos compañeros de colegio? ¡Gilipolleces! ¡Salen porque quieren ser conquistadas! ¡Quieren saber si las necesitáis tanto como ellas os necesitan a vosotros!!
Paolo deja escapar una risita. Valeria le fulmina con la mirada. De nuevo se dirige a Eduardo mirándole fijamente a los ojos.
—Ahora entra ¡y compórtate como un chulo!
Eduardo aprieta el puño para darse fuerza y, por segunda vez, se introduce entre las estanterías de la perfumería.
Con aire indiferente coge un probador de un Eternity de Calvin Klein, lo huele y pulveriza un poco en la muñeca; después coge un frasco de Light Blue Dolce & Gabbana y se pone un poco en la otra muñeca. Mira un momento a su alrededor y ve a una chica muy mona con leggins, botas y una camiseta de colores. Al otro lado del cristal, los estudiantes están tensos por él y le animan. Eduardo los mira un instante y siente aún más valor: se sube las mangas hasta el codo y se acerca a la chica.
—¿Me das una opinión femenina?
La chica se da la vuelta y, antes de que pueda abrir la boca,
Eduardo se apresura a decir:
—Tengo que hacer un regalo. (Le pone las muñecas bajo la nariz).
Ella, tras unos instantes de duda, sonríe y huele los dos perfumes.
Al otro lado del cristal, los estudiantes saltan de alegría. Valeria sonríe, satisfecha.
Poco después, Eduardo sale con el pecho henchido, orgulloso, como quien ha superado una gran prueba. Echa fuera todo el aire y sonriendo empieza a chocar su mano con todos. Paolo los mira como si fueran una pandilla de idiotas, pero también él choca su mano.
—¿Qué tal ha ido? (le pregunta Valeria).
—Excelente (responde él). Nunca me había parado a hablar con una desconocida. Ella me ha preguntado para quién era el regalo y yo le he dicho que era para mi hermano. Pero luego yo ya no sabía qué decir y se ha marchado.
—Muy bien. ¿Has visto? Más adelante aprenderemos a pedirle el número de teléfono y a daros un beso ya en el primer encuentro.
—No, no puede ser, no me lo creo. ¡Es magnífico! (dice el chico de la erre francesa llevándose las manos a la cabeza).
—Bien, ¿Quién quiere probar ahora? (Valeria mira a los estudiantes, atemorizados. Luego detiene la mirada en Paolo). ¿Quieres ir tú?
Por un instante, Paolo se siente burlado.
—Por hoy, la dosis de humillación ha sido más que suficiente; me cojo un taxi y vuelvo al coche. (Se afloja un poco el nudo de la corbata y se va sin despedirse de nadie).
Valeria le señala y vuelve a mirar a los estudiantes. —He ahí uno que no cambiará jamás.