Los 15€ que ha invertido en la casa del grito durante aquellos dos días son los que más beneficios le han reportado en su vida. Paloma y ella han dado un par de gritos y han pasado el resto del tiempo besándose. Ha sido diferente. El día antes improvisaron, se dejaron llevar por la pasión, por la adrenalina del momento, por la tensión acumulada a lo largo de los días anteriores y porque era la primera vez que se besaban. Ese día los besos han sido más delicados y mesurados, sabían que iban allí a eso. Pero las dos los han vivido subidas en una nube tanto un día como el otro.
—¿Y de qué va La invención de Hugo? (le pregunta Paloma ya en la cola para entrar en el cine).
Han comprado palomitas y Coca-Colas y están deseando quedarse a oscuras. Aunque a la pelirroja le gustaría ver la película.
—Va de un niño huérfano que vive en una estación. Nadie sabe que está allí hasta que una niña lo encuentra.
—Ah. Parece interesante.
—Todas las críticas la ponen muy bien. Tenía muchas ganas de verla.
—Qué bien hablas.
—No seas tonta.
—Me encantas.
—Y tú a mí.
Las chicas están a punto de entrar en la sala cuando a la rubia le da una palomita en la cabeza. Al principio Paloma piensa que son imaginaciones suyas, pero en seguida la golpea otra, y otra. Entonces se vuelve hacia atrás y, a unos metros de ellas, las ve. Son Magda, Elsa y otra chica de su grupito que se llama África, las amigas de Natalia. También están en la cola para ver la película.
—Joder, ¡no!
—¿Qué pasa?
—Las que me hacen bullying en clase están aquí. —¿Qué? ¿Están aquí?
—Sí, pero no te vuelvas o será peor.
Mery no le hace caso y se vuelve. Una palomita le da en la frente y otra se le queda incrustada en el pelo.
—Te he dicho que no te dieras la vuelta.
—No entiendo qué hacen aquí. ¿Te siguen?
—Vete tú a saber. Igual nos han visto y han venido a la misma película que nosotras para dar la lata.
Se terminó la velada romántica. Con aquellas tías molestando será imposible que estén tranquilas en la sala. Si tienen un poco de suerte a lo mejor se sientan lejos de ellas.
—¿Quieres que vayamos a ver otra peli o que hagamos otra cosa?
—¡No! Hemos pagado ya, y aunque nos cambiemos de sala nos seguirán.
—Como tú quieras.
Mery y Paloma entran en la sala. Las luces todavía no están apagadas. Miran la numeración de sus asientos y se dan cuenta de que no les gusta el sitio que les ha tocado, así que buscan dos butacas en la última fila. Normalmente allí no se pone nadie. Sin embargo, parece que las tres acosadoras de Paloma también han tenido la misma idea.
—Estáis en nuestras butacas (dice Elsa, que le lanza otra palomita a la cara a Mery.
—Oye, a ella déjala.
—¿Es tu novia? ¡Qué fea es! (comenta Magda). ¡Ah! Afri, es que tú no lo sabes: nuestra amiga Palomi es bollera.
La chica, que no es tan guapa como las otras dos, sonríe y también la llama bollera.
—No te metas con mi amiga o te vas a enterar (la amenaza la jovencita rubia muy enfadada).
Otra vez ese carácter que le sale de vez en cuando. Es algo que no deja de sorprender a María, que prefiere no meterse en líos. No entiende cómo una persona tan pequeña, ese día ni lleva zapatos con plataformas, saca esa rabia tan grande.
—¿Qué vas a hacerme? ¿Lo mismo que a Natalia?
—Eso, que ya te vale, bollera.
Mery no sabe de qué están hablando. Paloma no le ha contado nada de lo que están diciendo aquellas chicas.
—Dejadnos en paz e iros a buscar otros asientos.
—Queremos éstos, son los nuestros (insiste Elsa, que, con toda la maldad del mundo, vuelca su vaso y deja caer parte de su refresco sobre la cabeza de la pelirroja.
Mery da un grito y se levanta de golpe. ¡Está chorreando!
—¡Serás puta! (grita su amiga, que también se pone de pie). Ésta me la pagas.
Paloma coge su cubo de palomitas y se lo lanza a Elsa contra su cara. Magda, por su parte, hace lo propio con el suyo y se lo tira a la agresora de su amiga. En un momento se forma una batalla campal de refrescos y palomitas de maíz. Y cuando se acaban las cosas que lanzar, Paloma empieza a dar puñetazos y patadas a diestro y siniestro para defenderse. Mery la observa con incredulidad. Tres contra una y va ganando la más pequeña de todas. El combate acaba cuando llega uno de los acomodadores y a las cinco chicas a la calle.
—¡Corre! (le grita Paloma a Mery cuando ve que las otras quieren continuar la pelea. Defenderse entre sillas es más fácil, a cielo descubierto tienen todas las de perder.
María obedece y echa a correr detrás de Paloma. Son menos guapas, menos altas y menos populares, pero mucho más rápidas. No tardan en despistarlas, ya que las otras se cansan de ir detrás de ellas al minuto.
Llegan corriendo hasta plaza España y buscan un lugar protegido para sentarse y descansar.
—Pelirrojita, tú atenta por si vienen.
—No creo que vuelvan ya. No las he visto muy en forma (dice Mery, que en su vida se ha visto en otra igual). Creo que le has hecho sangre a una.
—Bueno, han empezado ellas.
Las chicas toman aire y recuperan el aliento. Pero a María le queda una gran duda que se ve obligada a solventar.
—¿Qué le hiciste a Natalia?
—Jo. Perdona, no te lo he contado (reconoce suspirando). Tenía miedo de que me vieras como a una persona violenta.
—Pero ¿Qué ocurrió? —Cuando me puso la zancadilla, me levanté y le pegué un puñetazo. Le partí la nariz.
—¿Qué?
—Eso. Le di demasiado fuerte y ahora para hacer deporte tiene que ir con una máscara y todo.
—Pero… No me lo puedo creer.
—Estaba cansada de que me hicieran la vida imposible. Se me fue la cabeza. Lo peor es que me han castigado dos semanas sin ir al instituto y mis padres están que trinan.
—Así que por eso no has ido a clase ni esta semana ni la anterior.
—Sí (asiente cabizbaja). Pero es que… soy reincidente.
Mery no sale de su asombro. Ya había recuperado la respiración después de la carrera, pero está empezando a perderla otra vez a causa de las confesiones de su amiga.
—¿Reincidente?
—Sí. Al comienzo del curso le partí la ceja a una chica que me llamó «enana de mierda». Desde entonces nadie quiere ser amigo mío en el instituto. Esa chica es la delegada de mi clase.
¡Dios! ¡Por eso no se adaptaba! ¡Porque la tenían por una matona!
La mirada de Paloma refleja sus sentimientos de absoluta culpabilidad. Debería habérselo dicho antes, pero tenía mucho miedo a que no quisiera estar con ella por aquellos incidentes. En realidad es muy pacífica. Hasta que se meten con ella.
—Siento no habértelo contado antes. Y lo comprenderé si no quieres volver a verme. Le he partido la ceja a una y la nariz a otra. No tengo perdón, aunque a mí me han hecho cosas peores y…
Sin dejarla hablar más, la pelirroja se inclina sobre ella y le da un beso en la boca.
Allí, en público, delante de un grupo de curiosos que las miran atónitos.
Es la primera vez que expresan lo que sienten delante de otras personas.
—Me encantas. Y me gusta tener a mi lado a alguien que pueda defenderme en un momento determinado (explica María unos segundos después, cuando el beso ha terminado, con la ropa y la cabeza mojadas del refresco que le han tirado
encima).
—¿Entonces? ¿Me perdonas por no haberte contado todo eso? —Claro. Perdonada (responde la pelirroja sonriente). Y ahora vamos a mi casa a cambiarnos y a buscar un sitio más tranquilo donde podamos besarnos sin mirones.
Aquello sólo es el comienzo de una relación que parece tener futuro. Encontrarán mirones en todas partes y tendrán que enfrentarse a opiniones de todo tipo. Además, ninguna de las dos ha salido todavía del armario ante su familia. Pero Mery y Paloma al fin han encontrado a su media naranja o medio limón, a alguien como la misma piel y los mismos deseos. Y no van a permitir que nadie les arrebate eso, aunque tengan que volver a enfrentarse a chicas odiosas con refrescos y palomitas.