Cuando salgó del ascensor de B&B, cuya oficina está abierta algunas horas el sábado por la mañana, me encuentro de frente con Pozzanghera. Sí, bueno, en realidad se llama Benedetta, pero en la agencia todos se refieren a ella por ese apodo, aunque todavía nadie sabe muy bien el motivo.
—Ejem, hola, Bene… (le digo mientras evito por poco chocar con ella, lo que aumenta la incomodidad que se crea entre nosotros).
Ella no dice nada, y con tal de no estar cerca de mí, retrocede rápidamente. La sigo hasta su mesa.
—Venga, no te pongas así. No me dirás que todavía estás enfadada, ¿verdad?
Se queda callada, sigue ordenando sus papeles haciendo ver que tiene un montón de trabajo, pero se ve claramente que es una farsa. Entonces le pongo una mano sobre el hombro.
—Venga, Bene, no te pongas así…
Ella se agarrota de golpe, como si hubiera recibido un calambre; después se vuelve con una frialdad y una determinación preocupantes.
—No me toques (dice).
Aparto lentamente la mano de su hombro.
—De acuerdo… Pero ¿podemos hablar de ello un segundo? Benedetta, yo no quiero perderte de esta manera, teníamos una bonita amistad…
—La has estropeado.
¿Cómo? Me gustaría contestarle: «¿Tú no has hecho nada? ¿No estaba tú también aquel día que practicamos sexo? ¡Venga, Bene, estas cosas pueden pasar! Hasta hicieron una película sobre ello: Cuando Harry encontró a Sally». Pero no, para ella un hombre y una mujer no pueden ser amigos, porque el hombre solo quiere una cosa de una mujer y, después, adiós. Además, quiero decirle, si pensaba eso desde el principio, ¿por qué me llamó para que fuera a su casa y me recibió medio desnuda y llorando porque estaba mal por culpa del chico de turno? Lo que pasó pasó, pero las cosas pueden arreglarse, ¿no? Me gustaría hacerle entender que, a pesar de que hicimos el amor, podemos seguir yendo al cine juntos o comentar «Factor X» los viernes en la oficina, exactamente lo mismo que haría con Gio. Bueno, exactamente lo mismo, no, porque para Gio «Factor X» es de gay y no lo ve ni muerto.
—Oye, Benedetta, tal vez haya estropeado nuestra amistad… Pero hacer el amor contigo…
—Chist. (Ella mira a su alrededor con cautela, temerosa de que alguien pueda oírnos. No hay nadie, pero aun así parece estar en ascuas). No entiendo por qué hablas de eso…
—Porque…
—Yo te diré por qué (estalla). Porque te gustaría que todo estuviera siempre en su sitio, que todo fuera perfecto, que la gente se llevara bien contigo, que todo el mundo estuviera feliz y contento, que te sonrieran…
Me quedo callado. Sigo uno de los consejos de mi padre: contar.
«Uno, dos, tres…»
—Que pudieras seguir haciendo lo que quisieras, simulando que en realidad no pasó nada. Sin embargo, no es así…
—Bueno, pero son cosas que ocurren, fue una equivocación. (Me muerdo la lengua, tal vez habría sido mejor llegar hasta 6, 7, 8…
—¿Una equivocación? ¡Pues claro! ¡Quién sabe cuántas equivocaciones habrás cometido tú, ¿eh?! Vas haciendo muescas en la pared como los presos. Solo que tú, en vez de marcar los días, apuntas a las facilonas. Pero a mí no me metas en tu currículum, ¿está claro?
Esta vez soy yo quien se incomoda, echo un vistazo alrededor y me doy cuenta de que ahora Gianni Salvetti está sentado a su casa, pero no me preocupo de él. Una mariposa nocturna, que debe de estar atrapada en la oficina desde ayer, va dando bandazos bajo la lámpara de la mesa de Benedetta. Intento alejarla con la mano y, sin embargo, sin darme cuenta la empujo debajo del neón, donde acaba quemada, para después caer tiesa sobre el teclado del ordenador. Quería salvarla y le he hecho daño sin querer. En un instante me doy cuenta de todas las cosas que han cambiado en mi vida: mi padre, que ya no está; el dolor de mi madre; el caos de la vida de mis hermanas, Valeria y Fabiola; Alexia, que se fue diciendo solo «Lo siento…»; María, que se marchó así, sin decirme nada… Probablemente Benedetta tenga razón, se estaba quemando y yo no hice nada por evitarlo. Un error de cálculo, no de mala intención. Pero deduzco que todavía sería más doloroso explicárselo de modo que me rindo. Simplemente tenía que contar hasta 10 y quedarme callado.
—Como tú quieras (digo, y me voy, dejándola en su mesa. Imagino su estupor, su boca abierta, y lo que más me sorprende es que no me vuelvo, no siento ninguna curiosidad, simplemente no me interesa. Ya no).
Me dirijo a mi meta y llamo al marco de la puerta abierta.
—Buenos días, disculpe, ¿se puede?
Alfredo Bandini, el viejo director de la inmobiliaria, se está colocando bien las gafas sobre la nariz mientras revisa unos papeles.
—Ah, eres tú, entra, entra… (me dice levantando la mirada). Voy enseguida al grano.
—Me gustaría ausentarme durante una semana.
—¿Qué ha pasado? (Se reclina en el respaldo de la silla). ¿Todo bien en casa?
—Sí, sí. Es… para hacer un viaje. Tengo la oportunidad de ir a Madrid y no quiero dejarla escapar.
Me dedica una sonrisita irónica.
—Podrías haberte inventado cualquier cosa pero, en cambio, vienes a decirme que te vas de vacaciones…
—Lo recuperaré la semana siguiente.
—No es por eso, no creo que el mercado inmobiliario en este momento pueda ir peor de como va (Me estudia como si fuera un ejemplar de laboratorio. Uno de esos viejos pájaros disecados que uno no sabe si le atraen o le repelen.
Lo miro sin dejar traslucir nada, no capto el sentido de su tono, cuál será su reacción. Bandini hace una prolongada pausa. Me dirá que solo un inconsciente puede irse a España cuando día tras día mas gente está siendo despedida. Hará una declaración a los periódicos gritando a los cuatro vientos que no es que falte trabajo, sino que los jóvenes no tienen ganas de trabajar, y mi cara en 3D aparecerá en un recuadro debajo del artículo. Cogerá el sobre de mi paga y me hará ver que casi no da para cubrir el billete de ida y vuelta…
—Y no creo que se hunda del todo por tu breve ausencia, sin contar que además estamos en verano…
Bueno, sí, al menos en eso estamos de acuerdo. Escribe algo en un papel, después me lo pasa. Oh, Dios mío, ¿la carta de despido?
—En este sitio se come muy bien. Estuve hace muchos años con mi mujer. Es un tablao flamenco en el barrio de Callao. (Exhalo un suspiro de alivio, no puedo creérmelo: ¡Bandini es mi héroe! Se levanta y me acompaña a la puerta). ¡Siempre y cuando no haya cambiado mucho! (Me da la mano y por un instante me parece grande y cálida como la de mi padre. Se me hace un nudo en la garganta, pero intento no pensar en ello. Después me sonríe) Sí hay algo que aprecio es la sinceridad, muchacho. Diviértete…
—Gracias, de verdad, gracias. (Hago el gesto de irme).
—Ah, Niccolo, acuérdate de dejar las llaves de todos los apartamentos que estás llevando…, también las del ático del Coliseo.
—Sí, claro. (Y me voy con los ojos bajos).
Quién sabe lo que habrá querido decir. ¿Por qué ha citado precisamente el ático en el que sorprendí a Salvetti en dulce compañía con Marina, la recién llegada? Y en el que yo, con María… Después veo a Benedetta, que me mira con un destello de malicia. ¿Se habrá enterado de todo? ¿Habrá ido ella a decirle al jefe que sus empleados aprovechan los apartamentos de los que se encarga la agencia para sus citas picantes? Aunque así fuera, Alfredo Bandini no me lo ha dado a entender. Quién sabe, tal vez, él también lo haya hecho miles de veces. No con Benedetta, ni hablar. Ella es de las puras, de las que se dejan el pellejo, maldita sea. Si lo hubiera sabido antes. Cuando estoy a punto de salir, me parece notar un velo de lágrimas en sus ojos. Me doy más prisa. Es inevitable: cuando te sientes culpable, siempre ves sombras aunque no las haya.