Tessa
Cada vez que Sophia hablaba de Nueva York en la cocina, me entraba el pánico. Sé que he sido yo quien ha sacado el tema, pero sólo era para distraerla de Landon. Me he dado cuenta de que estaba avergonzado y he dicho lo primero que se me ha pasado por la cabeza, sin pensar que era el único tema que no debía mencionar delante de Hardin. Tengo que decírselo esta noche. Me estoy comportando de una forma estúpida, cobarde e inmadura por ocultárselo. Los progresos que ha hecho me ayudarán a que se tome bien la noticia, o a que explote. Nunca sé qué esperar de él, puede ocurrir cualquier cosa. No obstante, soy consciente de que no soy responsable directa de sus reacciones y que debo ser yo quien le dé la noticia. Me apoyo en el marco de la puerta, de pie en el pasillo, y observo a Karen limpiar los fogones con un paño húmedo. Ken se ha ido al salón y está durmiendo en una silla. Landon y Sophia están sentados en el comedor, en silencio. Él intenta mirarla disimuladamente, ella lo pilla y le regala una bonita sonrisa. No sé muy bien cómo me siento al respecto: acaba de salir de una relación larga y ya está con otra, pero ¿Quién soy yo para opinar de las relaciones de los demás? Está claro que no tengo ni idea de cómo llevar la mía propia. Desde mi observatorio en el pasillo que conecta el salón, el comedor y la cocina, puedo ver a la perfección a las personas que más me importan en el mundo. Eso incluye a la primera de todas, Hardin, que está sentado en silencio en el sofá del salón, mirando la pared. Sonrío ante la idea de verlo recoger su diploma durante la graduación, en junio. No me lo imagino con toga y birrete, pero me muero por verlo, y sé para Ken significa mucho. Ha dejado claro en muchas ocasiones que no esperaba que Hardin acabara la carrera, y ahora que sabe la verdad sobre su pasado, estoy segura de que tampoco esperaba que cambiara de opinión y pasara por el aro de una ceremonia típica de graduación. Hardin Scott no tiene nada de típico. Me llevo una mano a la frente para obligar a mi cerebro a funcionar. «¿Cómo voy a decírselo? ¿Y si se ofrece a venir a Nueva York conmigo? ¿Sería capaz? Si lo hace. ¿debería aceptarlo?» De repente noto que me mira desde el sofá del salón. En efecto. Cuando alzo la vista, compruebo que me está contemplando, la curiosidad brilla en sus ojos verdes y tiene los labios apretados, formando una línea fina. Le dedico mi mejor sonrisa de «estoy bien», sólo estaba pensando», y veo que frunce el ceño y se levanta. Cruza el salón en dos zancadas y se apoya en la pared con la palma de la mano mientras me rodea con su cuerpo.
—¿Qué pasa? (pregunta).
Landon deja de mirar a Sophia un instante al oír la voz de Hardin.
—Tengo que hablar contigo de una cosa (admito en voz baja. No parece preocupado, no tanto
como debería).
—Vale, ¿de qué se trata? (dice, y se acerca más, demasiado).
Intento alejarme, pero eso sólo sirve para recordarme que me tiene acorralada contra la pared.
Hardin levanta entonces el otro brazo para terminar de cerrarme el paso y, cuando nuestras miradas se encuentran, una sonrisa de satisfacción cubre su cara.
—¿Y bien?
Me quedo mirándolo en silencio. Tengo la boca seca y, tan pronto como la abro para hablar, empiezo a toser. Siempre me pasa lo mismo, ya sea en el cine, en la iglesia o cuando estoy hablando con alguien importante. En general, en todas las situaciones en las que uno no debería toser. Como ahora. Estoy meditando sobre la tos, mientras toso y mientras Hardin me mira como si me estuviera muriendo delante de él. Entonces se aleja y entra en la cocina con decisión. Aparta un momento a Karen y vuelve con un vaso de agua, por enésima vez en estas dos semanas. Lo acepto y siento un gran alivio cuando el agua fría me calma la garganta áspera. Sé que hasta mi cuerpo está intentando echarse atrás y no contarle la noticia a Hardin, y yo quiero darme una palmada en la espalda y una patada en el culo a la vez. Si lo hiciera, seguro que Hardin se apiadaría de mí y cambiaría de tema al ver que me he vuelto loca.
—¿Qué pasa? Tu mente va a cien por hora.
Me observa y alarga la mano para recoger el vaso vacío. Cuando empiezo a negar con la cabeza,
insiste:
—Sí, sí, lo noto.
—¿Podemos salir afuera? (digo volviéndome hacia la puerta del jardín; intento dejar claro que
no deberíamos hablar en público. Caray, deberíamos volver a Seattle para hablar de este desastre. O
aún más lejos. Lejos es mejor).
—¿Afuera? ¿Por qué?
—Tengo que decirte una cosa. En privado.
—De acuerdo.
Doy un paso para ponerme delante de él y mantener el equilibrio. Si soy yo quien lo guía afuera, tal vez tenga la oportunidad de conducir la conversación. Si soy yo quien conduce la conversación, tal vez tenga la oportunidad de evitar que Hardin acabe estallando. Tal vez. No aparto la mano cuando noto que entrelaza los dedos con los míos. La casa está en silencio, sólo se oyen las voces amortiguadas de la serie policiaca que Ken estaba viendo hasta que se ha quedado dormido y el suave zumbido del lavavajillas en la cocina. Cuando salimos al porche, los sonidos desaparecen y me quedo a solas con el ruido caótico de mis pensamientos y el suave tarareo de Hardin. Agradezco que llene el silencio con una canción, la que sea; me distrae y me ayuda a concentrarme en algo que no sea la debacle que está a punto de producirse. Con suerte, tendré unos minutos para explicarle mi decisión antes de la supernova.
—Desembucha (dice Hardin arrastrando una de las sillas por el suelo de madera).
Adiós a mi oportunidad de tenerlo tranquilo unos minutos, no está de humor para esperas. Se
sienta y apoya los codos en la mesa que nos separa. Yo me siento a mi vez con torpeza y no sé dónde
poner las manos. Las llevo de la mesa a mi regazo y a mis rodillas, y luego de vuelta a la mesa, hasta
que él estira un brazo y me coge los dedos con una mano.
—Relájate (pide con dulzura. Tiene la mano tibia y cubre las mías por completo. Por un momento, lo veo todo con claridad).
—Te he ocultado algo y me está volviendo loca (empiezo). Necesito contártelo y sé que éste no es el momento, pero quiero que te enteres por mí, no que lo descubras de cualquier otra manera.
Me suelta la mano y se reclina en el respaldo de la silla.
—¿Qué has hecho? (Noto la ansiedad en su voz, la sospecha en su respiración).
—Nada (me apresuro a responder). No es lo que estás pensando.
—No habrás… (Parpadea un par de veces). No habrás estado con otro…
—¡No! (exclamo con un grito agudo y meneo la cabeza para enfatizar mi negativa). No, no es
nada de eso. Sólo es que he tomado una decisión sin haberte dicho nada. Pero no he estado con nadie.
No sé si me siento aliviada u ofendida de que eso sea lo primero que ha pensado. En cierto modo, es un alivio, porque mudarse conmigo a Nueva York no le resultaría tan doloroso como el hecho de que yo hubiera estado con otro, pero me ofende un poco porque a estas alturas ya debería conocerme mejor. No niego que he hecho un montón de cosas irresponsables para hacerle daño, sobre todo con Zed, pero jamás me acostaría con otro.
—Vale. (Se pasa la mano por el pelo y apoya la nuca en la palma para masajearse el cuello).
Entonces no puede ser nada demasiado horrible.
Cojo aire, decidida a soltarlo todo. Ya basta de marear la perdiz.
—Pues…
Levanta las manos para que me detenga.
—Espera, ¿y si antes de contarme de qué se trata me explicas el porqué?
—¿El porqué de qué? (Ladeo la cabeza confusa).
Enarca una ceja.
—Por qué has tomado esa decisión que hace que estés cagada de miedo.
—Vale (asiento).
Intento ordenar mis ideas mientras Hardin me observa con ojos pacientes. ¿Por dónde empiezo? Esto es mucho más duro que decirle simplemente que voy a mudarme, pero también es una manera mejor de darle la noticia. Ahora que lo pienso, creo que nunca habíamos hecho esto, Siempre que pasaba algo tremendo e importante, nos enterábamos por terceros o por accidente, de un modo igual de tremendo e importante. Lo miro por última vez antes de empezar a hablar. Quiero memorizar cada milímetro de su cara, recordar y observar la manera en que sus ojos verdes a veces rebosan paciencia. Sus labios rosa son una tentación, aunque también recuerdo la de veces que los he visto partidos y ensangrentados. Recuerdo el piercing y cómo le cogí cariño enseguida. Revivo el modo en que el metal frío me rozaba los labios. Pienso en cómo lo atrapaba entre los labios cuando le daba vueltas a algo y lo tentador que me resultaba. Revivo la noche en la que me llevó a patinar sobre hielo para demostrarme que podía ser un novio «normal». Estaba nervioso y juguetón, y se había quitado los piercings. Dijo que lo había hecho porque quería, pero yo sigo pensando que se los quitó para demostrarse algo a sí mismo y para demostrármelo a mí. Los eché de menos durante un tiempo, a veces todavía los echo de menos, pero me encanta lo que su ausencia representa, por muy sexi que estuviera con ellos.
—Hardin llamando a Tessa, ¿me recibes? (se burla, se endereza y apoya la barbilla en la palma
de la otra mano)
—Sí. (Sonrío nerviosa). Bueno, he tomado esta decisión porque necesitamos pasar un tiempo
separados y me parecía que era el único modo de asegurarme de que así fuera.
—¿Más tiempo separados? (me mira fijamente a los ojos, presionándome para que cambie de
idea).
—Sí, separados. Todo es un caos entre nosotros y necesito distancia, esta vez de verdad. Sé que
lo decimos siempre, que es lo que hacemos siempre, y luego nos limitamos a viajar de Seattle aquí o
a Londres. Básicamente, estamos paseando nuestra desastrosa relación por todo el planeta. (Hago
una pausa para ver su reacción y sólo recibo una expresión indescifrable. Desvío la mirada).
—¿De verdad es tan desastrosa? (dice con dulzura).
—Pasamos más tiempo peleándonos que estando bien.
—Eso no es cierto. (Le da un tirón al cuello de su camiseta negra). Eso no es cierto, ni en la
teoría ni en la práctica, Tess. Puede que lo parezca, pero si te paras a pensar en la cantidad de cosas
que hemos vivido, te darás cuenta de que hemos pasado más tiempo riéndonos, hablando, leyendo,
pinchándonos y en la cama. Quiero decir, que me tiro un buen rato en la cama… —Sonríe ligeramente y noto que me fallan las fuerzas.
—Lo resolvemos todo con el sexo y eso no es sano (digo. Ése era el siguiente punto que quería
tratar)).
—¿El sexo no es sano? (resopla). Es sexo consentido, con mucho amor y confianza el uno en
el otro. (Me mira intensamente). Sí, también es alucinante, pero no olvides por qué lo hacemos.
No me acuesto contigo sólo para vaciarme. Lo hago porque te quiero y adoro la confianza que depositas en mí cuando me permites tocarte de ese modo.
Todo lo que dice tiene sentido, a pesar de que no debería tenerlo. Estoy de acuerdo con él, por
muy cautelosa que intente ser.
Siento que Nueva York está cada vez más lejos, así que decido soltar la bomba cuanto antes.
—¿Sabes cuáles son las características de una relación abusiva?
—¿Abusiva? (Parece que no puede respirar). ¿Crees que soy abusivo? ¡Nunca te he puesto la
mano encima, y sabes que nunca lo haré!
Agacho la cabeza, me miro las manos y prosigo con sinceridad.
—No, no me refería a eso. Me refería a los dos y a las cosas que hacemos para hacernos daño a
propósito. No te estaba acusando de ser un maltratador.
Suspira y se pasa ambas manos por el pelo; seguro que le está entrando el pánico.
—Vamos, que esto es mucho más importante que el hecho de que hayas decidido no vivir
conmigo en Seattle o algo así. (Se detiene y me mira muy serio). Tessa, voy a hacerte una pregunta
y quiero una respuesta sincera, sin tonterías, sin darle vueltas. Di lo primero que te venga a la cabeza cuando te pregunte, ¿de acuerdo?
Asiento, sin saber muy bien adónde quiere ir a parar.
—¿Qué es lo peor que te he hecho? ¿Qué es lo más horrible y repugnante que te he hecho desde
que nos conocimos?
Empiezo a pensar en los últimos meses, pero Hardin se aclara la garganta para recordarme que
quería que contestara lo primero que me viniera a la mente. Me revuelvo en mi silla. Ahora mismo no quiero abrir la caja de los truenos, ni tampoco quiero hablar de esto en el futuro, la verdad. Sin embargo, al final, se lo suelto:
—La apuesta. El hecho de que me tuvieras totalmente engañada mientras yo me enamoraba de ti.
Se queda pensativo y, por un momento, parece perdido.
—¿Te arrepientes? Si pudieras corregir mi error, ¿lo harías? (pregunta a continuación).
Me tomo mi tiempo para meditarlo seriamente, muy seriamente, antes de contestar. He respondido a esa pregunta muchas veces y he cambiado de opinión al respecto muchas más, pero ahora la respuesta parece… definitiva. Parece absoluta y definitiva, y como si ahora importara más que nunca.
El sol desciende lentamente por el horizonte y se esconde detrás de las copas de los árboles que
bordean la finca de los Scott. Las luces del jardín se encienden automáticamente.
—No, no lo haría (digo casi para mí).
Hardin asiente como si supiera de antemano cuál iba a ser mi respuesta.
—Vale y, después de eso, ¿Qué es lo peor que te he hecho?
—Cuando me fastidiaste lo del apartamento de Seattle (contesto con facilidad).
—¿En serio? (Parece sorprendido por mi respuesta).
—Sí.
—¿Y eso? ¿Qué hice que te molestó tanto?
—El hecho de que te apoderaras de una decisión que era exclusivamente mía y me lo ocultases.
Se encoge de hombros.
—No voy a intentar justificar que fue una cagada porque sé que lo fue (contesta).
—¿Y? (Espero que eso no sea lo único que va a decir).
—Entiendo lo que quieres decir, no debería haberlo hecho. Debería haber hablado contigo en vez
de intentar evitar que te fueras a Seattle. Entonces estaba mal de la cabeza, aún sigo estándolo, pero
lo estoy intentando, eso es lo que ha cambiado con respecto a entonces.
No sé muy bien qué contestar a eso. Estoy de acuerdo: no debería haberlo hecho y sé que ahora
se está esforzando. Miro sus ojos verdes, brillantes y ansiosos y me cuesta recordar qué era eso tan
importante que quería decirle al inicio de esta conversación.
—Se te ha metido esa idea en la cabeza, nena (prosigue), o alguien te la ha metido, o puede que lo hayas visto en un programa cutre de televisión, o que lo hayas leído en un libro…, qué sé yo. El es que la vida real es dura de cojones. Ninguna relación es perfecta y no hay hombre que trate a una mujer exactamente como debería. (Alza una mano para que no lo interrumpa). No estoy diciendo que está bien, ¿vale? Así que escúchame; lo único que digo es que creo que si tú y tal vez algunas otras personas de este mundo de locos lleno de criticones prestarais un poco más de atención a lo que ocurre entre bambalinas, puede que vierais las cosas de otra manera. No somos perfectos, Tessa. Yo no soy perfecto y te quiero, peor tú también distas mucho de ser perfecta. (Hace una mueca para que sepa que lo dice en el sentido menos terrible de la palabra). Te las he hecho pasar canutas y, joder, sé que te he soltado este discurso miles de ves, pero algo ha cambiado en mí, y lo sabes.
Cuando termina de hablar, miro el cielo unos instantes. El sol se está poniendo tras los árboles y
espero a que desaparezca del todo antes de contestar.
—Me temo que hemos ido demasiado lejos (digo). Ambos hemos cometido demasiados
errores.
—Sería una lástima darse por vencidos en vez de intentar corregir esos errores, y lo sabes.
—¿Una lástima, por qué? ¿Por el tiempo perdido? Ahora no tenemos mucho tiempo que perder (digo adentrándome en la inevitable boca del lobo).
—Tenemos todo el tiempo del mundo. ¡Aún somos jóvenes! Yo estoy a punto de graduarme y
viviremos en Seattle. Sé que estás harta de mis gilipolleces pero, de manera egoísta, cuento con el
amor que sientes hacia mí para convencerte de que deberías darme una última oportunidad.
—Y ¿Qué hay de todo lo que yo te he hecho a ti? Te he llamado de todo, y está también lo de Zed.
—Me muerdo el labio y desvío la mirada al mencionar a Zed.
Hardin tamborilea con los dedos en el cristal de la mesa.
—Para empezar, Zed no tiene lugar en esta conversación (repone). Has hecho muchas estupideces y yo también. Ninguno de los dos tenía la menor idea de cómo mantener una relación. Tal vez tú pensaras que lo sabías porque estuviste mucho tiempo con Noah pero, hablando claro, vosotros dos erais básicamente amigos que se morreaban. Eso no era una relación de verdad.
Le lanzo una mirada asesina, esperando a que acabe de cavarse su propia tumba.
—¿Dices que tú me has llamado de todo? Muy pocas veces. (Sonríe y empiezo a preguntarme
quién es el tío que tengo sentado delante de mí). Todos soltamos algún insulto de vez en cuando.
Perdona, pero estoy seguro de que hasta la esposa del párroco de tu madre llama gilipollas a su
marido de vez en cuando. Puede que no a la cara, pero viene a ser lo mismo. (Se encoge de
hombros). Y yo prefiero que me lo llames a la cara.
—Tienes una explicación para todo, ¿no?
—No, para todo no. Para casi nada, en realidad, pero sé que ahora mismo estás aquí sentada
buscando el modo de poner fin a lo nuestro y voy a hacer todo lo que esté en mi mano para
asegurarme de que sabes lo que dices.
—¿Desde cuándo hablamos así? (No puedo evitar estar pasmada ante la falta de gritos y
berridos).
Hardin se cruza de brazos, tira de los bordes deshilachados de su escayola y se encoge de
hombros.
—Desde ahora. No sé, desde que hemos visto que del otro modo no llegábamos a ninguna parte.
¿Qué tiene de malo probar a hacerlo así?
Siento cómo la mandíbula me llega al suelo. Lo dice como si nada.
—¿Cómo lo haces para que parezca tan fácil? Si fuera tan fácil, podríamos haberlo hecho antes.
—No, yo antes no era así, y tú tampoco. (Me mira fijamente, esperando que vuelva a hablar).
—No es tan sencillo (replico). El tiempo que hemos tardado en llegar hasta aquí cuenta, Hardin. También cuenta todo por lo que hemos pasado y necesito tiempo para mí. Necesito tiempo para saber quién soy, qué quiero hacer con mi vida y cómo voy a hacerlo posible, y eso he de conseguirlo sola. (Pronuncio las palabras con mucha convicción, pero me saben a ácido en cuanto salen por mi boca).
—Entonces ¿ya lo tienes decidido? ¿No quieres vivir conmigo en Seattle? ¿Por eso estás tan
cerrada y tan poco dispuesta a escuchar lo que te digo?
—Te estoy escuchando, pero la decisión ya está tomada… No puedo seguir así, siempre con lo
mismo, siempre igual. No sólo contigo, sino también conmigo misma.
—No te creo, sobre todo porque suena a que no te lo crees ni tú. (Se recuesta en el cojín de la
silla y pone los pies sobre la mesa). Entonces ¿Dónde vas a vivir? ¿En qué barrio de Seattle?
—No voy a vivir en Seattle (digo cortante. De repente tengo la lengua de trapo y no consigo
pronunciar una palabra).
—Entonces ¿dónde? ¿En las afueras? (pregunta con malicia).
—En Nueva York, Hardin. Quiero ir…
Ahora se lo cree.
—¿Nueva York? (Quita los pies de la mesa y se levanta). ¿Te refieres a la ciudad de Nueva
York o a un pequeño barrio hipster de Seattle que no conozco?
—A la ciudad de Nueva York (le aclaro, y empieza a dar vueltas por el porche). Dentro de
unos días.
Hardin permanece en silencio salvo por el ruido de sus pasos a lo largo y ancho del porche.
—¿Cuándo lo has decidido? (pregunta al fin).
—Al volver de Londres, después de que falleciera mi padre. (Me pongo también de pie).
—¿El hecho de que me comportara como un gilipollas contigo te ha impulsado a hacer las maletas y a marcharte a Nueva York? Si nunca has salido de Washington, ¿Qué te hace pensar que serás capaz de vivir en un lugar así?
Su respuesta me pone a la defensiva.
—¡Puedo vivir donde me dé la gana! ¡No intentes ningunearme!
—¿Yo te ninguneo? Tessa, lo haces todo cien mil veces mejor que yo, no estoy intentando ningunearte. Sólo te pregunto qué te hace pensar que serás capaz de vivir en Nueva York. ¿Ya tienes
casa siquiera?
—Voy a vivir con Landon.
Abre mucho los ojos.
—¿Con Landon?
Ésa es la cara que he estado esperando, deseando que apareciera, pero ahora que la veo, por
desgracia, me siento un poco más tranquila. Hardin ha estado diciendo cosas muy bien dichas, ha
sido más comprensivo y cuidadoso con su elección de palabras que nunca y se ha mostrado más
tranquilo. No me lo esperaba. En cambio, la cara que me pone ahora la conozco bien. Es el Hardin que está intentando controlar su carácter.
—Landon (repite). Landon y tú os vais a ir a vivir a Nueva York.
—Sí. Él ya tenía previsto irse y yo…
—¿De quién ha sido la idea?, ¿tuya o suya? (dice entonces en voz baja, y me doy cuenta de que
no está tan enfadado como esperaba. Es peor que la furia: está dolido. Hardin está dolido y se me
hace un nudo en el estómago al ver que la traición, la sorpresa y el recelo se apoderan de él.
No quiero decirle que Landon me ha pedido que me vaya a Nueva York con él. No quiero decirle
que Landon y Ken me han estado ayudando con las cartas de recomendación, el expediente
académico, la solicitud de traslado y demás).
—Cuando llegue me tomaré un trimestre libre (le digo con la esperanza de que olvide su
pregunta).
Entonces se vuelve hacia mí, con las mejillas encendidas bajo las luces del jardín, la mirada
salvaje y los puños apretados.
—Ha sido idea suya, ¿verdad? Él lo sabía todo y, mientras me hacía creer que éramos… amigos,
hermanos incluso, resulta que estaba conspirando a mis espaldas.
—Hardin, no ha sido así (digo para defender a Landon).
—¡Vaya que no! (grita agitando las manos como un loco). Te sientas ahí tan pancha y dejas que haga el ridículo pidiéndote que nos casemos, que adoptemos un niño y todo ese rollo, cuando sabías perfectamente que ibas a dejarme. (Se tira del pelo y se dirige hacia la puerta).
Intento detenerlo.
—No entres estando así, por favor. Quédate aquí fuera conmigo para que podamos terminar de
hablar. Aún tenemos mucho de que hablar.
—¡Calla! ¡Cállate de una puta vez! (grita apartándome la mano del hombro cuando intento
tocarlo).
Tira del pomo de la puerta y estoy segura de que el ruido que oigo son los goznes aflojándose. Lo
sigo de cerca, y espero que no haga lo que creo que va a hacer, que es lo que hace siempre que
ocurre algo malo en su vida, en nuestra vida.
—¡Landon! (grita Hardin en cuanto pone un pie en la cocina. Me alegro de que Ken y Karen se
hayan retirado al piso de arriba).
—¿Qué? (contesta él).
Sigo a Hardin al comedor, donde Landon y continúan sentados a la mesa con una bandeja de
postre casi vacía en medio.
Entra a la carga, con los dientes y los puños apretados. A Landon le cambia la cara.
—¿Qué pasa? (pregunta mirando con recelo a su hermanastro antes de mirarme a mí).
—No la mires a ella, mírame a mí (le ordena Hardin).
Sophia se sobresalta pero se repone rápidamente y me mira mientras me planto detrás de Hardin.
—Hardin, él no ha hecho nada malo. Es mi mejor amigo y sólo quería ayudar (digo. Sé de lo
que Hardin es capaz, y la sola idea de que Landon sea su objetivo me pone enferma de preocupación).
Él no se vuelve, sólo contesta:
—No te metas en esto, Tessa.
—¿De qué estáis hablando? (pregunta Landon, aunque creo que sabe perfectamente por qué
Hardin está tan enfadado). Espera, ¿es por lo de Nueva York?
—¡Claro que es por lo de Nueva York, joder! (le grita Hardin).
Landon se levanta y Sophia le lanza a Hardin una mirada asesina de advertencia. Entonces decido
que me parece perfecto que Landon y ella sean algo más que vecinos cordiales.
—¡Sólo me estaba preocupando por Tessa cuando la invité a venir conmigo! Habías roto con ella
y estaba destrozada, hecha polvo. Nueva York es lo mejor para ella (le explica Landon con calma).
—¿Eres consciente de lo cabrón que eres? Has fingido ser mi puto amigo y luego vas y me la
juegas así. (Hardin empieza a andar otra vez arriba y abajo, esta vez en pequeños círculos por el
salón).
—¡No estaba fingiendo! ¡Volviste a fastidiarla y yo quise ayudar a mi amiga! (contesta Landon a gritos). ¡Soy amigo de los dos!
El corazón se me acelera cuando veo a Hardin cruzar el comedor y agarrar a Landon de la camisa.
—¡Ayudándola a alejarse de mí! (chilla empujándolo contra la pared).
—¡Estabas demasiado colocado para que te importara! (se defiende Landon gritándole en las
narices).
Sophia y yo contemplamos la escena petrificadas. Conozco a Hardin y a Landon mucho mejor que
ella y no sé ni qué decir ni qué hacer. Esto es un caos: ambos se gritan como verracos, Ken y Karen
bajan por la escalera corriendo, vasos y platos rotos por el modo en que Hardin ha arrastrado a
Landon contra la pared…
—¡Sabías perfectamente lo que te hacías! (prosigue). ¡Confiaba en ti, hijo de perra!
—¡Adelante! ¡Pégame! (exclama Landon).
Hardin levanta el puño pero Landon ni siquiera pestañea. Grito el nombre de Hardin y creo que
Ken hace lo mismo. Con el rabillo del ojo, veo a Karen tirando del bajo de la camisa de Ken para
que no se entrometa entre ellos.
—¡Pégame, Hardin! Ya que eres tan duro y tan violento, adelante, ¡pégame! (lo reta Landon de
nuevo).
—¡Eso haré! Te voy a… (Hardin baja el puño y luego vuelve a levantarlo).
Landon tiene las mejillas encendidas de la rabia y la respiración alterada, pero no da la impresión de tenerle ni pizca de miedo a Hardin. Parece muy enfadado y contenido a la vez. Yo me siento justo al revés: creo que, si las dos personas que más me importan en el mundo se pelean, no voy a saber qué hacer. Miro otra vez a Ken y a Karen. No parece que les preocupe la integridad física de Landon. Están demasiado tranquilos mientras él y Hardin se gritan sin parar.
—No vas a hacerlo (dice Landon).
—¡Lo haré! Voy a partirte esta escayola en la ca… (Pero Hardin retrocede. Mira a Landon, se
vuelve y me mira a mí antes de volver a concentrarse en él). ¡Que te jodan! (grita).
Baja el puño, da media vuelta y sale del comedor. Landon sigue arrinconando contra la pared, como si estuviera a punto de pegarle un puñetazo a algo. Sophia se acerca entonces para consolarlo. Karen y Ken hablan en voz baja entre sí mientras caminan hacia Landon, y yo… Bueno, me quedo de pie en mitad del salón, intentando comprender qué ha pasado. Landon le ha pedido a Hardin que le pegara. Hardin estaba desatado, se sentía traicionado y herido de nuevo, y sin embargo no le ha pegado. Hardin Scott ha preferido no recurrir a la violencia, ni siquiera en lo peor de su estallido.