Hardin
He llamado 49 veces. 49 veces. «49». ¿Sabéis la cantidad de tonos que son? Demasiados para contarlos, o al menos ahora no puedo pensar con la suficiente claridad como para hacerlo. Pero si pudiera, sería una cantidad de putos tonos inmensa. Si consigo superar los próximos tres minutos, tengo pensado reventar la puerta principal y estampar el móvil de Tessa (ese que parece no saber cómo coger) contra la pared. Vale, puede que no deba estampar su móvil contra la pared. Puede que lo pise sin querer varias veces hasta que la pantalla se rompa bajo mi peso. Tal vez. Lo que se va a llevar es una bronca histórica, eso seguro. No he sabido de ella en las dos últimas horas, y no tiene ni idea de lo horrible que ha sido conducir todo este tiempo de camino. Voy por encima del límite de velocidad para llegar a Seattle cuanto antes. Cuando ya estoy cerca de allí son las tres de la madrugada y Tessa, Vance y Kimberly están en mi lista negra. Puede que deba machacar sus tres móviles, ya que parece que los tres han olvidado cómo contestar a esos malditos cacharros. Conforme me acerco a la entrada, el pánico empieza a apoderarse de mí, más del que ya traía encima. «¿Y si han decidido cerrar la puerta de seguridad? ¿Y si han cambiado el código? «¿Recuerdo siquiera el maldito código? Claro que no. ¿Contestarán cuando los llame para pedírselo? Claro que no.» ¿Y si no contestan porque le ha pasado algo a Tessa y se la han llevado al hospital y ella no está bien y no tienen cobertura y…? Pero entonces veo que la puerta está abierta, y esto también me preocupa un poco. ¿Por qué Tessa no habrá activado el sistema de seguridad si está sola en la casa? A medida que avanzo por la serpenteante carretera, veo que el suyo es el único coche aparcado en la entrada de la enorme finca. Qué bueno es saber que Vance está aquí cuando lo necesito… Menudo amigo. Padre…, no amigo. Mierda, ahora mismo no es ni lo uno ni lo otro, la verdad. Cuando salgo del coche y me acerco a la puerta principal, mi ira y mi ansiedad van en aumento. La forma en la que me hablaba, cómo sonaba su voz…, es como si no controlara sus propios actos. La puerta no está cerrada con llave, por supuesto, así que entro cruzando el recibidor hasta el salón. Me tiemblan las manos cuando abro la puerta de su cuarto, y siento una punzada en el pecho al ver su cama vacía. Y no sólo está vacía: está intacta, perfectamente hecha, con las esquinas de la colcha dobladas de una forma que sabes que es imposible imitar. Lo he intentado, pero es imposible hacer la cama como la hace ella.
—¡Tessa! (la llamo mientras camino hasta el baño al fondo del pasillo y entro. Cierro los ojos
antes de encender la luz. Al no oír nada, los abro de nuevo).
Nada. Me está costando respirar, pero voy a la siguiente habitación. «¿Dónde coño se habrá metido?»
—¡Tess! (vuelvo a gritar, más fuerte esta vez).
Después de buscar por casi toda la mansión, apenas si puedo respirar. ¿Dónde está? La única
habitación que me falta es el dormitorio de Vance y una habitación cerrada en el piso de arriba. No
sé si quiero abrir esa puerta… Voy a mirar en el porche y el jardín y, si no está allí, no tengo ni idea de lo que haré.
—¡Theresa! ¿Dónde estás? Te juro que esto no es divertido…
Sin embargo, dejo de gritar en cuanto detecto una sombra acurrucada en una de las hamacas del porche. Al acercarme, veo que Tessa tiene las rodillas pegadas al cuerpo y los brazos rodean su pecho, como si se hubiera quedado dormida mientras intentaba hacerse un ovillo. Toda mi rabia se desvanece cuando me arrodillo junto a ella. Retiro el pelo rubio de su cara y me propongo no estallar en carcajadas ahora que sé que está bien. Joder, estaba tan preocupado… Con el puso acelerado, me inclino sobre ella y le acaricio con el pulgar el labio inferior. No sé por qué lo he hecho, la verdad, me ha salido así, pero juro que no me arrepiento cuando veo que abre los ojos y gimotea.
—¿Qué haces aquí fuera? (pregunto con voz fuerte y cansada).
Un gesto molesto me dice que le choca el volumen de mis palabras.
«¿Por qué no estás dentro? Me estaba muriendo de preocupación por ti, llevo horas imaginando
todo lo posible y lo imposible», quiero decirle.
—Gracias a Dios que estabas dormida (me sale en su lugar). Te he estado llamando, estaba preocupado por ti.
Se sienta al tiempo que se frota el cuello como si se le fuera a caer la cabeza.
—¿Hardin?
—Sí, Hardin.
Intenta enfocar la vista en la oscuridad mientras sigue frotándose el cuello. Cuando se mueve para
ponerse en pie, una botella de vino vacía cae al suelo de hormigón del porche y se parte por la mitad.
—Lo siento (se disculpa, y entonces se agacha para recoger los cristales rotos).
Con cuidado, aparto su mano y rodeo sus dedos con los míos.
—No toques eso. Luego lo recojo. Vayamos adentro.
La ayudo a levantarse.
—¿Cómo… has… has venido? (pregunta).
Le cuesta hablar, y creo que no quiero saber cuánto vino más ha bebido después de que colgara.
He visto por lo menos cuatro botellas vacías en la cocina.
—En coche, ¿Cómo si no?
—¿Hasta aquí? ¿Qué hora es?
La miro de arriba abajo. Sólo lleva puesta una camiseta. Mi camiseta. Se da cuenta de que la miro y empieza a tirar del dobladillo hacia abajo para cubrir sus muslos desnudos.
—Me la he puesto sólo… (comienza a decir, tartamudeando). Me la he puesto ahora, sólo una
vez (repite, pero lo que dice no tiene sentido).
—Está bien, quiero que te la pongas. Vayamos adentro.
—Me gusta estar aquí fuera (explica en voz baja mirando la oscuridad).
—Hace demasiado frío. Mejor vamos adentro.
Me dispongo a cogerle la mano, pero ella la aparta.
—Vale, vale, si quieres estar aquí fuera, está bien. Pero me quedaré contigo (accedo).
Asiente y se apoya en la barandilla. Le tiemblan las rodillas y está muy pálida.
—¿Qué ha pasado esta noche?
Tessa permanece en silencio, mirando a la nada fijamente. Tras un momento, se vuelve hacia mí.
—¿Alguna vez has sentido que tu vida se ha convertido en una broma enorme?
—Todos los días.
Me encojo de hombros sin estar seguro de adónde demonios lleva esta conversación, aunque odio
la tristeza que veo en sus ojos. Incluso en la oscuridad, la tristeza arde a fuego lento, azul y profundo, acechando esos ojos brillantes que tanto amo.
—Bueno, pues yo también (añade).
—No, tú eres la positiva aquí. La feliz. El capullo cínico soy yo, no tú.
—Ser feliz es agotador, ¿sabes?
—No, la verdad. (Doy un paso hacia ella). No soy el típico ejemplo de la felicidad, por si no te habías dado cuenta (digo intentando animarla, y me concede una sonrisa medio borracha, medio divertida).
Me gustaría que me contara qué le pasa últimamente. No sé qué puedo hacer por ella, pero esto
es culpa mía, todo esto es culpa mía. La tristeza que hay en su interior es mi carga, no la suya.
Levanta el brazo para apoyarlo en el poste de madera que tiene delante, pero falla y casi se come
la sombrilla adosada a la mesa del porche.
La agarro por el codo para ayudarla a recuperar el equilibrio y empieza a acercarse a mí.
—¿Podemos entrar ya? (digo). Necesitas dormir todo el vino que has bebido.
—No recuerdo haberme quedado dormida.
—Lo más probable es que hayas perdido la conciencia, no que te hayas dormido (repongo, y
señalo la botella rota en el suelo).
—No intentes reñirme (me espeta al tiempo que se aparta).
—No lo hago.
Levanto las manos, inocente, y quiero ponerme a gritar por lo irónico de esta maldita situación.
Tessa es la borracha y yo soy la voz sobria de la razón.
—Lo siento (suspira). No puedo pensar.
La observo mientras se sienta en el suelo y vuelve a pegar las rodillas al pecho. A continuación,
levanta la cabeza y me mira.
—¿Puedo hablarte de una cosa?
—Por supuesto.
—Y ¿serás completamente sincero?
—Lo intentaré.
Parece estar de acuerdo con lo que digo, así que me siento en el borde de la silla más cercana a
donde ella está en el suelo. Me da un poco de miedo conocer de qué quiere hablar, pero necesito
saber qué le pasa, por lo tanto guardo silencio y espero a que ella hable.
—A veces siento que todo el mundo consigue lo que yo quiero (murmura avergonzada).
Tessa sintiéndose culpable por cómo se siente…
Casi no me puedo creer sus palabras cuando añade:
—No es que no me alegre por ellos…
Y veo con toda claridad las lágrimas que inundan sus ojos.
Juro por mi vida que no sé de qué demonios habla, aunque me viene a la mente el compromiso de
Kimberly y Vance.
—¿Lo dices por Christian y Kim? Porque, si es así, no deberías querer lo que ellos tienen. Él es
un mentiroso, le ha sido infiel y… (Me interrumpo antes de acabar la frase con algo horrible).
—Él la quiere. Mucho, además (murmura Tessa, y dibuja formas con los dedos en el suelo).
—Yo te quiero más (digo sin pensarlo).
Mis palabras consiguen el efecto contrario al que esperaba y Tessa gimotea. Gimotea
literalmente mientras se abraza las rodillas de nuevo.
—Es verdad. Te quiero (le aseguro).
—Tú sólo me quieres a veces (afirma como si fuera de lo único que está segura en la vida).
—No es cierto. Sabes que no es así.
—Así es como lo siento (susurra mirando hacia el mar. Ojalá fuera de día y la vista ayudara a
calmarla, puesto que está claro que yo no lo estoy consiguiendo).
—Lo sé. Sé que puedes sentirte así. (Admito que es posible que se sienta así ahora).
—Querrás a alguien siempre, más adelante (me espeta entonces).
«¿Qué?»
—¿Qué dices?
—La próxima vez, la querrás siempre.
En este instante tengo la extraña visión de mí mismo pensando en este momento dentro de
cincuenta años, reviviendo el dolor terrible que acompaña sus palabras. El sentimiento es
abrumador, y tan obvio como nunca antes lo ha sido.
Se ha rendido conmigo. Con lo nuestro.
—¡No habrá una próxima vez! (replico. No puedo evitar alzar la voz, la sangre me hierve bajo
la piel y amenaza con rajarla y partirme en dos en este maldito porche).
—La habrá. Soy tu Trish.
«¿A qué viene esto ahora? Sé que está borracha, pero ¿Qué tiene que ver mi madre en todo esto?»
—Tu Trish, soy yo. También tendrás tu Karen, y ella podrá darte un hijo.
Tessa se seca las lágrimas y yo me bajo de la silla para arrodillarme en el suelo a su lado.
—No sé qué estás diciendo, pero estás equivocada.
Le rodeo los hombros con un brazo y empieza a llorar.
No entiendo lo que dice, sólo: «Hijo… Karen… Trish… Ken».
Maldita sea Kimberly por tener tanto vino en casa.
—No sé por qué Karen o Trish o cualquier nombre que digas tiene algo que ver con nosotros (repongo).
Me empuja, pero yo la agarro más fuerte. Puede que no me quiera, pero ahora mismo me necesita.
—Tú eres Tessa y yo Hardin. Fin de…
—Karen está embarazada. (Tessa solloza apoyada en mi pecho). Va a tener un bebé.
—¿Y?
Muevo el brazo escayolado arriba y abajo por su espalda; no estoy muy seguro de qué hacer con
esta versión de Tessa.
—He ido al médico. (Llora, y yo me quedo helado).
«Me cago en la puta.»
—¿Y? (pregunto intentando no ponerme histérico).
No contesta en ninguna lengua comprensible. Su respuesta sale de ella en una especie de llanto
ebrio, y a mí me cuesta un poco pensar con claridad. Está claro que no está embarazada. Si lo
estuviera, no estaría bebiendo. Conozco a Tessa y sé que jamás haría algo así. Está obsesionada con
ser madre algún día, nunca pondría en peligro la vida de su futuro hijo.
Me deja que la abrace mientras se calma.
—¿Tú querrías? (me pregunta pasados unos minutos. Su cuerpo sigue apoyado en mí, pero las
lágrimas han cesado).
—¿Qué?
—Tener un bebé (dice. Se frota los ojos y yo me estremezco).
—Hum…, no (contesto negando con la cabeza). No quiero tener un bebé contigo.
Cierra los ojos y empieza a gimotear de nuevo. Repito mentalmente lo que he dicho y me doy
cuenta de cómo han podido sonar mis palabras.
—No quería decir eso (me corrijo). Sólo es que no quiero tener hijos, ya lo sabes.
Se sorbe los mocos y asiente, aún en silencio.
—Tu Karen podrá darte un bebé (añade entonces. Sigue con los ojos cerrados y apoya la
cabeza en mi pecho).
No podría estar más confundido. Intento buscar la conexión con Karen y mi padre, pero no quiero
ni pensar que Tessa crea que es mi principio pero no mi final.
Le rodeo la cintura con los brazos y la levanto del suelo diciendo:
—Venga, es hora de irse a la cama.
Esta vez no se resiste.
—Es verdad, lo dijiste una vez (murmura. Luego me rodea la cintura con las piernas y me
facilita así la tarea de llevarla a través de la puerta corredera y por el pasillo).
—¿Qué dije?
—Que no puede haber un final feliz para esto (responde).
Maldito Hemingway y su visión de mierda de la vida.
—Fue estúpido por mi parte decir eso. No lo creía en absoluto —le aseguro.
—Ahora que ya te quiero lo suficiente, ¿Qué quieres hacer? ¿Destrozarme? (Otra vez las palabras de ese desgraciado. Tessa recuerda perfectamente algunas cosas aunque esté demasiado borracha como para mantenerse en pie).
—Shhh… Ya citaremos a Hemingway cuando estés sobria.
—Todas las cosas malas empiezan en la inocencia (dice pegada a mi cuello, con los brazos
rodeando mi espalda mientras abro la puerta de su habitación).
Solía gustarme esa cita porque nunca entendí el significado. Creía que sí, pero hasta ahora, que es
cuando estoy viviendo su puto significado, no lo había entendido de verdad.
Cada vez me siento más culpable. La deposito con cuidado sobre la cama, tiro las almohadas al
suelo y dejo sólo una para la cabeza.
—Échate (le ordeno con suavidad).
Tiene los ojos cerrados y por fin parece que se va a quedar dormida. Apago la luz, esperando
que duerma el resto de la noche.
—¿Te quedassss? (dice arrastrando las letras).
—¿Quieres que me quede? Puedo dormir en otra habitación (le ofrezco, aunque no me apetece).
Está tan apagada, tan distante de sí misma, que casi me da miedo dejarla sola.
—Mmm (murmura cogiendo la sábana. Tira de un extremo y gruñe frustrada cuando no consigue
bastante tela como para taparse).
Después de ayudarla, me quito las zapatillas y me tumbo en la cama a su lado. Mientras me
debato acerca de cuánta distancia dejar entre nuestros cuerpos, su pierna desnuda me rodea la cintura y me atrae hacia sí. Puedo respirar. Por fin puedo respirar, joder.
—Estaba asustado pensando que no estarías bien (admito en el silencio de la habitación oscura).
—Yo también (dice con la voz rota).
Meto un brazo bajo su cabeza y ella levanta las caderas, volviéndose hacia mí y apretando la pierna que rodea mi cintura. No sé qué hacer a partir de aquí, no sé qué le he hecho para que esté así. Sí…, si lo sé. La he tratado como a una mierda y me he aprovechado de su bondad. He usado una oportunidad tras otra, como si no fueran a acabarse. He cogido la confianza que me ha dado y la he destrozado como si no significara nada, y encima se la he echado en cara cada vez que sentía que no era lo bastante bueno para ella. Si simplemente hubiera aceptado su amor desde el principio, aceptando su confianza y valorado la vida que intentaba insuflarme, ahora no estaría así. No estaría tumbada a mi lado, borracha y molesta, vencida y destrozada por mí. Me ha arreglado, ha pegado cada pequeño fragmento de mi alma destrozada y la ha convertido en algo imposible, algo casi atractivo. Me ha convertido en algo, algo casi normal, pero con cada gota de pegamento que ha usado para mí, ha perdido una gota de sí misma, y yo que soy un desgraciado no tenía nada que ofrecerle. Todo cuanto temía que sucediera ha sucedido y, por mucho que haya intentado evitarlo, ahora veo que lo he empeorado. La he cambiado y la he destruido tal y como prometí que haría meses atrás. Parece una locura.
—Siento haberte destruido (susurro contra su pelo. Por su respiración, ya parece estar dormida).
—Yo también (suspira, y el arrepentimiento se cuela en los pequeños huecos que hay entre
nosotros mientras se adormece).